Hay maestros que te marcan de por vida, por una razón u otra, por su rectitud o por su inteligencia, por su pasión o por su cercanía con los alumnos, por su fuerza y su exacta caligrafía en la pizarra. Hay maestros que te retan.
Hay otros que te alaban, y cuando te equivocas, sufren una profunda decepción y hasta lloran. Hay maestros que te acompañan en tu historia de vida, te escuchan tus problemas, te detectan los errores, te trazan los caminos inexactos del futuro. Y uno le cree, aunque después nada se parezca a sus predicciones.
Con esos, con los que dejan su alma en las aulas, con los que se someten a diario a miradas críticas de muchachos preguntones e inquietos, con los que olvidan sus problemas y están en este espacio diverso de aprendizaje que es una escuela, desmenuzando libros e impartiendo saberes; con esos, prefiero quedarme, y a esos, prefiero abrazarlos, agradecerles, describirles.
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